Existe una línea delgada, colocada de forma paralela (¿horizontal?), una línea brillante, se le llama: felicidad.
Cada vez los destellos son ínfimos pero realmente transparentes. La última historia de felicidad se remonta a partir de un par de chicos que suben a un microbús, de una casa a otra. Él porta elegantemente un suéter sencillo y ella una playera blanca. Pares de extraños sentados de forma simétrica. Están, no están. Asientos pequeños de una textura no recordada. Ella lleva suelto el cabello y el aire sopla como una ola al compás de la velocidad del móvil; él saca un pequeño reproductor Sony, le coloca, quédamente con sus manos de cirujano, el plug de los inicios: derecho para ella, izquierdo para él. Play:
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