La despedida
Cuando pensamos en el adiós todo se convierte en un vacío, automáticamente, aunque no quieras, todo es mitad verdad y mitad mentira, sabes que el trato está roto, jamás será igual la vida. Algo se desquebraja, como la pintura de una pared vieja, como la piel por las mañanas, como la gente que camina en la calle. Todo se torna de un color delicado, suave, como la piel de un durazno. Entiendes que el mundo ya no es el que construíste con tu semejante, con tu compañero de juegos y debes seguir, se prefiere estar sola que vivir inmersa en un espacio medio construído.
Un adiós es un cuchillo en los pies y debes desangrarte como un tributo a los dioses, debes pagar el precio de los instantes de felicidad: la heroína de nuestro tiempos.
Sabes que debes hablarlo pero comprendes también que todo es un telón enmedio de una puesta en escena, prefieres no enfrentarlo porque sabes que las luces te apuntan, que te observan que nada será igual después de que todo salga de tu boca; te controlas, quieres llorar, te controlas, lloras, te controlas y sólo dices una palabra: un verbo performativo.
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