Recibí un correo ayer en la noche que como referente era una lista de las 10 cosas que un amante de la buena música debería tener y las 10 cosas que son importantes para la persona que me envió el correo. Así tuve un puñado de 20 explosivas opciones de felicidad musical.
Seamos sinceros: a todos nos gusta comprar cosas (si nos las regalan: ¡Mejor!), acumular objetos. Somos personas envueltas en el consumismo y yo soy una de sus hijas. Pero tampoco se trata de comprar por comprar.
Entre la lista se encontraban artefactos como: iPod, tarjetas iTunes, enciclopedias musicales, Rock Band y unas que otras ventajas musicales para tu computadora. En la otra lista melómana había acetatos heredados, tocadiscos, autógrafo(os), un cerdo volador, instrumentos, un buen sistema de sonido para disfrutar la más alta calidad de un disco, un iPod.
Y entonces yo traté de hacer mi lista mental. Tú me conoces y sabes que no puedo andar sin música. Hace tiempo tenía un iPod (no mencionaré cual); afortunadamente una noche cuando regresaba de Xalapa me asaltaron (aquel año en que viajaba mucho a ese destino y que no visito desde entonces), me quitaron un bonito reloj rojo que use en mi vida universitaria, dinero y el iPod junto con música que jamás escuché. . .
¡Oh ahí viene mi cierta hostilidad por el iPod!
Tenía en aquel sutil aparato el sueño realizado de todo melómano, tenía toda la música con la que podía soñar, en cualquier momento, sin necesidad de cargar discos (recuerdo los discman de mi vida junto con las mochilitas donde podías a la vez guardar tus CD’S) o cassettes (y los walkman de mi vida). Tenía en aquel aparato todo y de todo, podía cambiar como lo hace por género mi humor musical. Las carreteras, caminos, calles se hacían cortas, las esperas no eran pesadas. Pero viene lo peor: No escuchaba canciones completas, escuchaba no más de la mitad de una canción y le cambiaba, algunos discos ni los oía. ¿La calidad del sonido de un iPod es realmente buena? Hasta donde recuerdo no del todo.
¡Y me lo robaron! pero fue mejor pues ahora disfruto las canciones de principio a fin en los pobres e insignificantes reproductores que puedo tener. Entre tanta información en un aparato uno escoge entre sus parámetros lo que considera bueno según su contexto musical y se pierde uno de nuevas formas de oír y ver la música. Estamos invadidos de información, saturados de información repetida y muy mala pero también de información nueva y buena (y la combinación de las cuatro).
No soy una conocedora ni una rocola ambulante, me falta mucho para ser una melómana. . .demasiado. Y podría tener uno otra vez pero prefiero comprarlo con el dinero que yo gane (y realmente lo pensaría) y podría ordenar la música que tengo pero no tengo tiempo; sólo me gusta escucharla mientras te escribo, mientras escribo, camino, pienso, duermo, como, me baño o cuando me aburro de lo que platican y empieza en mi mente a sonar una canción y empiezo a afirmar con mi cabeza y me voy. . .
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