Me gusta manejar de noche pues encuentro irresistible el aire frío y aquellas luces en el camino. Hace unas cuantas noches tomé un atajo para llegar a casa (fue una noche llena de fallas eléctricas) y aunque no es muy confiable, sobre todo siendo de madrugada, decidí cruzar el camino.
La calle estaba oscura por una cuestión de logística, dudé avanzar y se veía peor conforme avanzaba. Negro, ¿Negro?, ¡Negro! No, eso no fue lo peor, ¡la ausencia de color no era el problema! ¡¿Qué importa una gama de colores?!
El miedo se reflejaba a unos metros de mí, era algo que había visto en algún lugar y no sabía que era, pero me era familiar, un recuerdo de la infancia (sabía a metal) y trataba de concentrarme y no dejarme llevar por la primera imagen. Pero –Sí es, es lo que creo que es- y para dónde correr o cómo salir de ese camino: media vuelta, vuelta en "U", salir del auto, correr, saltar, hablar por teléfono a casa (pero, ¡maldita sea, no sé el número de mi casa!) ¡No tengo señal!, tomar agua, enfocar a la distancia, improvisar un arma (como para qué, como si sirviera de algo).
Está ahí, inmóvil, un poco más cerca, una pirámide que se dirige a mí de una forma cálida. Quiero gritar. No puedo. Veo que sale de ella un pequeño casco y gira hacia mí, lentamente.
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