Me encuentro en esta habitación llena de soledades, gente abandonada y con tristezas; todos estamos aquí y todos nos contemplamos como una forma de consolarnos. Succionan todo lo que está dentro de ti, se vuelve un río: la sangre explota sobre las paredes como una fruta partida a la mitad. No hay dolor entre los espacios y la sal que corre entre las venas es el manantial que siempre esperé.
No hay tiempo, sólo parpadeos lentos y el regocijo que vivo entre el pasto y flores pequeñas; te saludo hundida en este lugar, te sonrío desde abajo como un anhelo y un deseo de volver a despertar. Muevo mis manos a diversos ritmos, desde arriba se ve como un saludo.
Me veo inocente y violentada, me veo y te veo como las dos que siempre hemos sido (tal vez cuatro). Me extiendo entre los brazos de todos, que me llevan y me invitan, me sientan y me cargan (veo mis pies rebotar y el compás de los zapatos). Me tiembla la mano a la menor provocación, la sostengo con la otra; las piernas son dos garzas a punto de volar, mi corazón es un ligero barco y mi espalda un atardecer.
No hay sonidos que perduren, sólo ojos y luces que atraviesan en diagonal; quiero ir a casa.
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