martes

Susana



Fue una noche muy larga y tomamos demasiado, ¿qué tomamos? no recuerdo, sólo sé que tomamos demasiado. Y como toda reunión de amigos nunca faltó una chispa, aquella que empieza las discusiones, una a otra, de una y otra forma empezamos a hablar y hablar, discutir y discutir, a gritar y gritar, de pronto fue un caos.

Las discusiones pueden involucrar muchos temas, de los que sean, y como sean, siempre existe un triunfador, el problema es quien pierde. Esa vez fui yo. Por algún motivo me enojé (ni siquiera me acuerdo) y sentí un calor en el cuerpo más grande que la borrachera que llevaba. Discutimos y me sentía mal pues yo era la que estaba perdiendo. La confianza que da el ser amigos muchas veces rebasa los límites de la tolerancia: los caminos de fuego y palabras.

Salir corriendo, eso es lo que pensé mientras trataba de recordar en dónde demonios estaba, ni siquiera sabía como salir de esa fiesta. Un terreno baldío lleno de basura y vidrios, eso es lo que recuerdo mientras el rocio de la madrugada me entraba en los zapatos (sabía que debía ponerme otros) y empecé a correr.

Y tú ibas de tras como loco gritando, pisándome y reclamando un sinfín de tonterías, de groserías, una total agresión. Lo único que quería era salir de ese terreno. Hablabas y escupías con tu voz de borracho, de borracho impertinente, de borracho macho, de borracho idiota.

Apreté el paso y estaba oscuro y llevaba un vaso en la mano. Seguías gritando. Perdí un zapato (era hermoso).

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